Me empieza a enfadar ver cómo algunos programas de educación sexual dirigidos a adolescentes, están siendo llevados a cabo a manos de personas sin ninguna formación en sexología. Curiosamente, varios de ellos tienen como objetivo primordial retrasar la edad de inicio de las prácticas eróticas entre adolescentes.
Os lanzo la pregunta del millón… ¿a qué se refieren cuando hablan de “retrasar la edad de inicio de las relaciones”? Pues a lo de siempre, a qué va a ser… A intentar que chicos y chicas no realicen prácticas que embaracen o que infecten. ¿Es que chicos y chicas no están preparados/as para la erótica? ¿Qué pasa con los besos, las caricias, la masturbación, los abrazos, el “petting”…? ¿También deberían atrasar todo este repertorio?
La educación sexual NO se encarga de esto. No es un objetivo a trabajar. No es nuestro trabajo. Nuestra labor es proporcionarles herramientas para que se conozcan, para que se acepten, para que se expresen y vivan de manera satisfactoria (tengan prácticas eróticas o no), para que sean capaces de basar sus decisiones en información rigurosa y real, todo ello sazonado con altas dosis de responsabilidad. Y es aquí donde creo que está el grueso del asunto. La responsabilidad NO es sinónimo de no tener prácticas eróticas. La responsabilidad es, que si desean tener prácticas eróticas que pueden implicar riesgos, sepan cómo protegerse, y que si no quieren, sepan decir que no, sin sentirse presionadxs o culpables.
A veces, los programas se centran tanto en enseñar cómo ponerse un preservativo (ojo, que también es necesario) que se olvidan de enseñar algo básico: la capacidad de elegir, de decir si quieren realizar una determinada práctica o no.
El otro aspecto que también me inquieta es que personas sin formación se embarquen en la educación sexual de adolescentes.
“Total… peor de lo que están no los vamos a dejar” oí una vez.
“Mujer, que nosotras también hemos sido adolescentes y ahora de adultos sabemos más cosas como para hablarles e ello…”, me transmitieron en otra ocasión.
¿Alguien daría charlas sobre drogas por haber fumado un porro en su juventud, de nutrición por haber hecho la dieta de la alcachofa o de medicina por acudir al médico con regularidad, sin estar formado para todo ello? La mayoría de las veces, las buenas intenciones no son suficiente y las experiencias personales no suponen unos cimientos estables para construir la educación sexual.
Porque, como decía Efigenio Amezúa, sexólogo de referencia en nuestro país:
“Pensar que cualquiera (independientemente de su formación) puede hacer el trabajo de la sexología porque todos tenemos sexualidad, es como decir que cualquiera puede ser cardiólogo porque todos tenemos corazón”
(Extracto recogido de un texto de Ana Fernández, sexóloga y presidenta de la Asociación Asturiana para la Educación Sexual (Astursex).
En muchas ocasiones me da la sensación de que a los profesionales de la sexología (de la ciencia de los sexos, de hombres y mujeres y de sus interacciones) se nos ningunea. Nuestra profesión es menospreciada. Como si de “sexo” pudiera hablar todo el mundo. La ignorancia es muy atrevida, y a veces, SÍ, pueden transmitirse mensajes e ideas que “los dejen peor de lo que están” si no se tiene una formación sobre sexualidad adolescente.
Que los adultos tengamos miedos sobre sexualidad no debería darnos carta blanca para inculcar esos miedos en las cabezas de adolescentes. Está demostrado que la cultura del miedo no funciona como se espera. No hablar sobre sexualidad, sobre los riesgos y los placeres, no hace que las realidades y deseos individuales de cada chico o chica desaparezcan. Y sobre todo, decirles “todavía no”, ni les protege ni hará que actúen de manera más responsable.