Una “S”… ¿Alguna vez nos hemos parado a pensar lo que cambia el significado una simple “S/es”?
Considero que con el lenguaje, con las palabras que usamos, cómo las empleamos, etc. transmitimos mucho más allá de su mera definición. Las palabras van cargadas de significados, de intenciones y, en muchas ocasiones, de limitaciones.
Me gusta hablar en plural, porque los plurales hacen que más personas nos sintamos recogidas en aquello que se cuenta.
Si hablamos de “el cuerpo” es posible que se nos vengan a la cabeza las típicas láminas de ciencias naturales, en las que se nos podía ver: desnudos, sin piel, con músculos, con huesos, como sistema circulatorio, como un montón de nervios interconectados… Si damos un paso más, podemos pensar en el prototipo de cuerpo que nos venden los medios de comunicación: hombres con musculatura definida, mujeres “90-60-90”, anuncios de depilación donde no hay ni rastro de pelos, cremas para celulitis en traseros donde la piel de naranja no existe (no sabemos si de forma real o “photoshopeada”). ¿Alguien imagina un cuerpo con grasa? ¿Con pelos? ¿Con cicatrices? ¿En los que falte algún miembro? ¿Vamos entendiendo por dónde van los tiros? ¿Cómo es posible que una sola “S” haga que nos sintamos más reflejados que todo un “cuerpo”, en singular?
Algo similar ocurre cuando hablamos de sexo. ¿En qué pensamos cuando oímos o leemos “sexo”? Normalmente vendrán a nuestra cabeza multitud de prácticas. Normalmente, aquellas en las que entran en juego los genitales. En la sexología, suele hablarse de tres tipos de sexo: el sexo que se tiene (por ejemplo, genitales), el sexo que se hace (las prácticas) y el sexo que se es (qué sentimos nosotros/as, ¿sentimos que somos hombres, mujeres…?). Poco sentido tiene hablar del sexo que se tiene y del sexo que se hace sin poner en valor el sexo que se es, ya que no se puede tener ni hacer, sin “ser”. Y ¡ojo con esto! porque no siempre lo que digan nuestros genitales va a ser igual que lo que nosotros/as sentimos que somos. De ahí la importancia de hablar de los sexos, de hombres, de mujeres, en definitiva, de lo que sentimos como personas sexuadas.
Y el sexo nos lleva a la(s) sexualidad (es). Vivimos en una sociedad en la que la imagen más extendida de sexualidad que se tiene es la siguiente: pareja, joven, heterosexual, que hacen cosas con sus genitales que les llevan a tener orgasmos. Si una vez más, añadimos esa “simple s”, la cosa cambia. Se amplía el foco. Los límites se difuminan. Se vuelven flexibles y “jugamos todos/as”. Jóvenes, adultos, de cualquier orientación del deseo erótico, con discapacidad/diversidades funcionales, cuyas prácticas van más allá de aquello que se hace con los penes, las vulvas o las vaginas, buscando, no un placer orgásmico, sino unos placeres que sean satisfactorios.
En definitiva…
…pero si “sólo es una S”…
una “simple” y necesaria “S”, y gracias a ella…
… los cuerpo(S), los sexo(S) y las sexualidad(ES) buscan sus placer(ES).
Bárbara Sáenz Orduña. Sexóloga en Serise Sexología.
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