Suele hablarse de Eyaculación precoz como una falta de control para posponer el orgasmo al margen del tiempo que se tarde en eyacular.
Para muchos, se trata de un tiempo de eyaculación que consideran corto, rápido o insuficiente para su satisfacción.
Diferentes criterios diagnósticos internacionales encuadrarían esta situación en términos temporales, considerando los empujes que realiza el pene en el interior de la vagina hasta eyacular o considerando la satisfacción de la pareja en los encuentros coitales. No obstante, muchos de los hombres que acuden a la consulta de sexología con un autodiagnóstico de “Eyaculación precoz” presentan un amplio abanico temporal que oscila entre la eyaculación antes de penetrar hasta los 15-20 minutos tras la misma.
Habitualmente, no se habla de manera realista sobre lo que un hombre tarda en eyacular, no se comenta mucho y, cuando se hace, se omiten aspectos importantes como el tiempo previo que se lleva con estimulación erótica, el nivel de excitación, si existe nerviosismo ante el encuentro, etc.
Se trata de una vivencia principalmente heterosexual y encuadrada social e históricamente en un momento determinado.
Para la medicina, esta etiqueta diagnóstica comenzó a definirse alrededor de 1887 y pasó a ser considerada una dramática enfermedad en la clase social alta. A pesar de este hecho, hasta hace relativamente pocas décadas, los tiempos de eyaculación no suponían motivo de preocupación. De hecho, en 1948, Alfred Kinsey en su obra “Comportamiento sexual del hombre” mencionaba que el 75% de los hombres eyaculaban en aproximadamente dos minutos tras la penetración, siendo la duración de muchos, alrededor de los 10-20 segundos. Años después, en 1953, en su estudio “Comportamiento sexual de la mujer” no se reflejaba que existiera interferencia alguna sobre la satisfacción femenina relacionada con los tiempos de eyaculación de sus parejas masculinas.
Pero la década de los 60-70 comenzó a dar importancia al placer erótico de la mujer. Se reivindicaba el derecho al goce y al orgasmo (hasta el punto de que, ese derecho se acabó convirtiendo en obligación) y se terminó cayendo en una trampa que afectaba a hombres y a mujeres: El goce y el orgasmo estaban relegados al pene como protagonista, al hombre como director y al coito como escenario así que, sumergidos en una ablación cultural del clítoris y en una omisión del cuerpo erógeno como vía global de excitación, acabamos en una sobrepreocupación por parte del hombre heterosexual por los tiempos de penetración vaginal hasta completar el orgasmo. Como si éste fuera el único o el mejor camino de satisfacción, como si las manos, las bocas, las pieles, los deseos, las fantasías o la imaginación no tuvieran nada que ver con el asunto de la excitación y como si cada encuentro erótico se tratara de una competición cuya única meta fuera el orgasmo.
Es importante entender que, esa falta de control sobre la eyaculación, en múltiples ocasiones proviene de un patrón ineficaz aprendido en el manejo de la excitación.
Los profesionales de sexología solemos hablar de Satisfacción en los encuentros. Para que se produzca, en muchos casos es necesario eliminar falsas creencias y dotar de información a las personas o parejas que acuden por este motivo a nuestras consultas. El aprendizaje del control y el manejo de los niveles de excitación serán fundamentales, así como el trabajo sobre diferentes aspectos eróticos y relacionales de la persona y/o pareja.
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