Vivimos en una sociedad medicalizada. Tanto, que pretendemos “curar” las experiencias propias de la vida, como rupturas, duelos, o estrés laboral como si de un catarro se tratara.
Considero que no somos (o no queremos ser) del todo conscientes de aquellos efectos secundarios que tienen los fármacos que tomamos en nuestro organismo. Y hago especial hincapié en aquellos fármacos empleados para el tratamiento de dificultades de índole más psicológica o psiquiátrica, como ansiolíticos y antidepresivos entre otros.
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